Hasta que raya el alba
El antiguo testamento está lleno de historias inspiradoras y edificantes. Hoy quiero recordar una de ellas, que quizá muchos la hemos escuchado.
El libro del Génesis,
desde el capítulo 25 hasta el 32, nos narra la historia de una mujer llamada
Rebeca, quien era estéril. El relato revela que su esposo Isaac fue escuchado
por Jehová, quien tenía como petición que le concediera a Rebeca su esposa un
hijo; y ciertamente Dios escuchó, ya que, en lugar de un hijo, Dios les regaló mellizos,
quienes, desde el vientre de su madre, luchaban por la primogenitura, condición
que en el contexto hebreo era de suma importancia, especialmente por los
derechos que de ella se derivaban. Cuando llegó el día del alumbramiento, Esaú
fue el primero en nacer, aunque casi inmediatamente después, y agarrado del
talón de su hermano, nació Jacob. Ambos crecieron y el anhelo de la
primogenitura que Jacob tenía prevalecía fuertemente, a pesar de conocer que
eso le pertenecía por derecho a su hermano Esaú. Este profundo deseo, le llevó
a tramar junto a su madre Rebeca, un engaño a su viejo y vulnerable padre, con
el fin de apropiarse de la bendición de primogenitura que le correspondía a
Esaú, y que en última instancia era lo que legitimaba tal condición.
La historia nos
relata que, cuando el verdadero primogénito, Esaú descubrió lo que había hecho
su hermano Jacob, el relato nos menciona que se llenó de ira y rencor, al punto
de querer deshacerse de su hermano, por tal razón, Jacob se vio obligado a huir
de la casa de su padre y a buscar refugio en casa de su tío Labán, hermano de
su madre. En ese lugar hizo su vida por varios años, trabajó por el derecho a
desposarse con una de las hijas de Labán, y experimentó de primera mano en ese
tiempo los engaños de su tío. Ante esta realidad, Jacob decidió un día tomar a
sus esposas y nuevamente salir al exilio en rebeldía de su tío. Más adelante,
nos narra que llegó el día que tenía que hacer frente a su hermano, y ante esa
perspectiva, encontramos a un Jacob lleno de miedo. Ya en Génesis 32, versículo
22 y 23, la historia cuenta que Jacob, en su condición desesperada, hizo que
sus esposas, hijos, siervos y todo lo que él tenía, cruzaran el vado del río
Jaboc. Jacob necesitaba estar SOLO, porque todo aquello que podía distraerle en
ese momento debía ser apartado. Estaba a punto de embarcarse en uno de los
momentos más cruciales de su vida. El versículo 24 nos dice:
‘‘Quedándose
SOLO. Entonces un hombre luchó con él hasta el amanecer’’. Génesis
32:24 (NVI)
Hay muchos ejemplos
en la escritura en los que vemos a personajes quedándose solos para
experimentar algo intenso: Moisés, cuando vio la zarza ardiente, se encontraba
SOLO. Jesús fue al desierto y estuvo SOLO. El profeta Elías buscó en soledad refugio
en una cueva, en el momento de mayor desesperación y depresión de su vida. Sin
embargo, en todos los casos, las historias nos narran los resultados que se evidencian
después de tiempos de recogimiento en los que estos personajes se apartaron de
todo estorbo y distracción, con el fin de buscar a Dios y entender Su voluntad
en tiempos de gran inquietud, angustia e incertidumbre. Vemos un Moisés que dio
inicio al proceso de liberación de su pueblo del yugo de la esclavitud egipcia;
a un Jesús que, luego de volver del desierto, estaba lleno del Espíritu Santo y
listo para empezar Su ministerio; y finalmente a un Elías listo para obedecer, arreglar
el arruinado altar de Jehová e invocarlo para desplegar el poder de Su gloria
consumiendo el holocausto y demostrando la insignificancia del dios pagano Baal.
Volviendo a la lucha
de Jacob, algo más que es digno de resaltar, es que de ninguna manera fue una lucha
rápida o fugaz. Se trató de una pelea que se extendió hasta el amanecer. Esto
hace pensar entonces que nuestra lucha por la búsqueda de la bendición, no se
puede esperar que sea fácil ni instantánea, sino que supone un esfuerzo
consciente, deliberado e intencional de nuestra parte. Lamentablemente, vivimos
en un tiempo en que nos hemos acostumbrado a todo lo instantáneo: café liofilizado,
comida instantánea de microondas, todo disponible al minuto. Pero resulta que las
cosas que realmente valen la pena en la vida, cuesta conseguirlas. Implican un sacrificio
y por tanto demanda que seamos valientes y luchemos por ellas hasta el final
sin claudicar.
‘‘Cuando
ese hombre se dio cuenta de que no podía vencer a Jacob, lo tocó en la
coyuntura de la cadera, y esta se le dislocó mientras luchaban’’. Génesis
32:25 (NVI)
Jacob estaba decidido
a conseguir la bendición; simplemente llegó a un punto de su vida en que no
podía darse el lujo de seguir huyendo de sus errores pasados. Tanto anhelaba
esa bendición, que valientemente seguía peleando su batalla. No tenía ninguna
intención de rendirse y aquel “hombre” que nos narra la historia, al ver que no
podía vencerlo, hirió a Jacob en su cadera. Pero a pesar del dolor infligido a
través de esa herida, él estaba dispuesto a seguir. A la luz de la historia,
cabe plantear la pregunta: ¿quieres realmente que Dios te bendiga? Si es así,
¿has estado luchando valientemente por tu bendición?
Debemos entender y esperar entonces
que en esa lucha por la bendición, Dios tenga que tocar esas áreas oscuras de
nuestra vida; esas fibras sensibles de nuestro corazón, que al ser expuestas,
seguramente van a causar dolor y quebrantamiento porque revelarán la condición
de nuestro interior. Y Dios ciertamente estimulará sobre todo esas áreas de
nuestra vida que Él sabe que le han robado la prioridad que debe tener en
nuestros corazones. Dios confrontará trayendo a la luz aquellos distractores
que impiden que tengas una relación cercana con Él. Al mirar esta historia
desde un punto de vista simbólico, también podemos reflexionar que, cuando
luchas por recibir la bendición de Dios, el resultado que eso produce cambiará
la forma en que caminas por la vida, de la misma forma en que se podría esperar
que suceda con alguien cuya coyuntura de la cadera fue dislocada. Una
experiencia así hará que ciertamente nunca más vuelvas a caminar de la misma
manera, pues un encuentro real con Dios, causará un giro de timón de 180 grados
en el curso de tu vida.
‘‘Entonces el hombre
le dijo: ¡Suéltame, que ya está por amanecer!
¡No te soltaré hasta
que me bendigas! —respondió Jacob’’. Génesis 32:26 (NVI)
¡Y aquí vemos que la
pelea continúa! Es impresionante que, a pesar del dolor, la fatiga y el
cansancio, Jacob anhelaba inmensamente esa bendición y seguía luchando por
ella. Asombrado por la perseverancia de Jacob, vemos al “hombre” que contendía
con él en esta lucha, planteando esta interrogante a Jacob:
‘‘¿Cómo te llamas? le
preguntó el hombre. Me llamo Jacob respondió’’. Génesis 32:27
(NVI)
Esta interrogante es
fascinante, porque el hecho de que el hombre le pregunte su nombre a Jacob
parecería trivial, pero en realidad no lo es. La importancia de esta pregunta
está relacionada con la cultura de aquel entonces, en la cual el nombre definía
quien eras; era una importantísima manifestación de tu identidad. De hecho, el
nombre, no necesariamente era algo que, como hoy, es de dominio público. El
nombre era más bien algo reservado, algo muy personal que le pertenecía a la
persona y que, por tanto, no era abiertamente dado a conocer a cualquiera,
porque el revelarlo implicaba estar dispuesto a compartir algo privado, algo
íntimo de ti a otra persona. Y ante esa pregunta, quizás Jacob debe haberse
incomodado, porque él tenía bien claro quién era. Resulta que, en hebreo, su
nombre significaba suplantador, engañador, el que agarra el talón. Su nombre
entonces lo describía y descubría. ¿Por qué Dios, entonces, le pregunta su
nombre? Ten la certeza que, en tu lucha por la bendición, Dios siempre te va a preguntar
quién eres, con el fin de sanarte, y para eso es necesario que tú reconozcas
delante de Él tu condición. Él necesita que expongas con completa transparencia
y sin reservas lo más íntimo y reservado de ti. Esta parte de la historia nos
permite ver uno de los motivos más importantes de, por qué Jacob luchaba tan
inconmoviblemente por la bendición. Luchaba porque simplemente, no quería
seguir adelante siendo el mismo. Al examinar tu vida frente a este relato y
reflexión, quizá encuentras que hoy, el mundo te ha llenado de sobrenombres y
calificativos a causa de tus errores y pecados del pasado. ¿Cómo te llaman? ¿Te
dicen el adúltero, el fornicario, el estafador, el drogadicto, el tonto, el
inútil, el infeliz, el amargado, el deprimido, el mentiroso, el divorciado, el
mujeriego o el incapaz? ¿Qué nombres te ha puesto el mundo? Pues déjame decirte
que sin importar lo que el mundo te haya dicho una y otra vez, hoy Dios quiere
cambiarte ese nombre que refleja esa condición que te ha perseguido por años quizás
y que está destruyéndote. Y, de hecho, eso fue precisamente lo que Dios hizo
con Jacob, y lo vemos en el siguiente versículo.
‘‘Entonces el hombre
le dijo: Ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios
y con los hombres, y has vencido’’. Génesis 32:28 (NVI)
Dios le cambió el
nombre, y por ende su condición. De ser llamado “suplantador”, ahora se
llama “Israel”, que en hebreo significa “él que lucha con Dios”. Nuestro
renovado personaje permaneció firme, sin rendirse, y obtuvo lo que su corazón
anhelaba. Dejó de ser un errante en su caminar y se convirtió en una nueva
criatura. Cuando pensamos en el hecho de que Dios es el mismo ayer, hoy y
siempre, entonces no podemos llegar a una conclusión diferente a esta: Él
quiere y puede hacer lo mismo contigo hoy. Y solamente Cristo puede cambiarte
ese nombre, ese calificativo implacable que quizá la sociedad te ha puesto
debido a tu condición y tu pasado. Él quiere darte una nueva naturaleza y darte
la mejor heredad a la que cualquier primogénito podría aspirar: quiere
convertirte en su hijo amado, escogido, perdonado, restaurado, protegido y
apartado. Si en verdad quieres que Dios cambie tu vida, todo empieza por tomar
la decisión valiente de luchar y permanecer firme en la lucha. Ciertamente ésta
será dolorosa, pero nuevamente: nada que valga la pena, se consigue con facilidad.
‘‘Y tú, ¿cómo te
llamas? le preguntó Jacob. ¿Por qué preguntas cómo me llamo? le respondió el
hombre. Y en ese mismo lugar lo bendijo’’. Génesis 32:29 (NVI)
Y frente a esta
pregunta que Jacob le hace de vuelta al “hombre”, cabe preguntarse el ¿por qué?
Y la respuesta nos revela una de las más hermosas cosas que están en el corazón
de Dios: simplemente porque quiere que le conozcamos y tengamos una relación
íntima con Él; y también porque como resultado de conocer el nombre de Dios, Él
nos bendice en ese mismo momento y lugar, tal como lo hizo con el
perseverante e insistente Jacob. En conclusión, un corazón valiente y esforzado
que lucha por la bendición, la consigue. Jesús reforzó esta idea cuando dijo: “Pedid, y se os dará;
buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque cualquiera que pide,
recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. Mateo
7:7-8 (RVR1960)
Esta historia de Jacob, un personaje tan
lleno de fallas, errores, egoísmos y manifestaciones que revelan un corazón
completamente caído, sirve para entender que no importa lo que hayas hecho, ni
tampoco quien eres a los ojos de la sociedad; o tampoco si has fallado. Desde
siempre, Dios ha sido experto en cambiar vidas de gente pecadora como yo, con
el único propósito de darnos una nueva condición y una nueva oportunidad cada
día. ¡Así que sé valiente y lucha! Busca esos momentos de intimidad en la
presencia de Dios. Tómate un tiempo a SOLAS con Dios, dejando a un lado todas
las cosas que te lo impidan: llámese tecnología, distracciones vacías, relaciones
que no edifican o cualquier cosa que esté robando tu tiempo y atención. ¡Lucha,
sé valiente, y no te rindas! No importa lo que diga el resto; lo único que
importa es lo que Dios dice de ti. Recuerda, que siempre que una persona tiene
un encuentro real con Dios, nunca vuelve a ser igual; su forma de pensar,
vivir, y caminar, cambian inequívocamente. Permite que Dios cambie esos nombres
y calificativos lacerantes, eso que tanto te hace sufrir, y permítele crear en
ti a un hijo de Dios, destinado a la victoria.
‘‘…La gente se fija
en las apariencias, pero yo me fijo en el corazón’’. 1 Samuel 16:7 (NVI)
Para
concluir, te invito a que medites en este último versículo. Dios no ve en ti un
pedazo de mármol o arcilla; Él no te ve, ni te mide con la vara de la sociedad,
ni del mundo. Él ve tu interior y halla en ti el material perfecto para hacer
una hermosa escultura, que quiere ver terminada a la perfección por amor y para
gloria de Su gran nombre.
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