Tu mayor tesoro
¿Cuántos planes tenías para estas próximas semanas? ¿A dónde ibas a viajar? ¿Cuántos negocios ibas a concretar? Una increíble cantidad de preguntas y actividades previamente agendadas vienen a mi mente.
Vivimos en una rutina
saturada que nos hace perder el verdadero enfoque de la vida, haciéndonos creer
que poseemos el control de absolutamente todo, incluyendo el tiempo, lo cual
nos lleva inconsciente y peligrosamente a pensar que nunca vamos a morir.
Dejamos lo importante y prioritario por lo vano y sin sentido, y nos
concentramos en cumplir y cumplir en medio de una vida llena de afanes, siendo
incapaces siquiera de efectuar a cabalidad tantas cosas que nosotros mismos nos
imponemos.
Al igual que muchos
de ustedes, yo tenía previstas varias actividades para esta semana que pasó y
aquí les comparto mi anécdota personal: Un par de días atrás, fue
una fecha muy especial, por motivo del cumpleaños de mi madre. En el transcurso
de la semana previa, con mis hermanos habíamos planeado varias cosas para un
gran día, pero, de un momento al otro, todo cambió por el COVID-19. La consigna
“Quédate en casa” nos movió el piso, no solo a mi familia, sino a toda la
nación. Este giro inesperado de eventos me llevó a un momento
decisivo de reflexión, al preguntarme: ¿Cómo fue que todo lo que teníamos
perfectamente ideado, trazado y planificado no se pudo realizar?
En medio de la
frustración por no haber concretado nuestros planes, veía en mi teléfono los
recuerdos que las redes sociales nos traen de lo que hicimos y publicamos años
atrás. Vi como en años anteriores, en ese mismo día, estábamos en diferentes
lugares, festejando el cumpleaños de mamá. Al verme a mí y a mis hermanos en
esas fotos y recuerdos, me di cuenta de cuántas veces estuve ahí, pero mi mente
no; mi mente estaba en otro lugar. A diferencia de mi cuerpo físico, mi
atención y mi corazón estaban ausentes, por ende, incapaces de
apreciar y aprovechar esos momentos en compañía de las personas que estaban a
mi lado. Luego mi mente regresó al presente, a este tiempo en el que
atravesamos por estas limitaciones que nos impiden salir de casa y, en ese
preciso momento, empecé a valorar aquellos tiempos y a pensar en cuántas veces
yo, como tantos otros, me he amoldado a una cultura de consumismo, dando más
valor a lo material y no a lo realmente importante: la familia, los amigos,
momentos, pequeños detalles, etc.
Cuando suceden cosas
como éstas, entiendo al sabio Salomón diciendo: “Vanidad de vanidades,
todo es vanidad”. Cabe cuestionarse el limitado y
relativo valor de ciertas cosas, como el dinero, por ejemplo. Años atrás, en
esta misma época, el dinero sirvió para salir a festejar a un restaurante y
también para comprar un obsequio. En estos momentos, nos sirve para comprar
alimento y medicinas, porque, siendo sinceros, no hay mucho más que podamos
adquirir hoy con ese mismo dinero. ¿Qué nos queda entonces?, pues lo mismo que
quizá siempre hemos tenido, pero que nunca le hemos dado el valor que realmente
merece: nuestra familia y nuestro hogar. Frente a esto, es triste
pensar como en reiteradas ocasiones descuidamos estos tesoros que tenemos, por
causa del trabajo. Si nos vemos al espejo, quizá veamos que el trabajo en
nuestra vida dejó de ser (o quizá nunca fue) el reflejo de la fidelidad y
sustento de Dios y se convirtió (o prevalece) en el proveedor de ese nuevo
ídolo: el dinero en la cuenta bancaria. Ídolo que nos permitió comprar muchas
cosas días atrás y ahora solo está acumulándose en un banco, sin saber si algún
día lo podremos utilizar. ¡Aquí, se me presentó otra reflexión crucial!
Trabajando podemos
obtener todo el dinero que deseemos, pero aun con todo el oro del mundo, no
podremos adquirir más tiempo. Ante esto, ¿qué hacer entonces?
Entendamos que, con esta situación, Dios nos está regalando un momento para
desconectarnos del mundo que nos absorbe y reconectarnos con Él, para
permitirle restaurar el precioso tesoro que es nuestro núcleo familiar, al cual
tantas veces hemos despreciado.
¿Qué tienes para
agradecer en este momento a Dios? Es tiempo de tomarnos unos minutos para
pensar.
Por mi parte,
agradezco a Dios porque hoy pude abrir mis ojos y ver a mi familia con vida,
apreciar su bella creación, saber que tengo amigos y porque, en medio de la
aflicción, sé que Él suple mis necesidades físicas, emocionales y espirituales.
Le doy gracias porque estoy sano, por Su grande misericordia y Su perdón.
Recordemos y agradezcamos a Dios por el regalo más grande y valioso que nos ha
dado, el mismo que, con mucha frecuencia, no valoramos: el regalo de la
Salvación, la cual trae a mi vida la esperanza y confianza de que sin importar
lo que suceda, iré a Su presencia a descansar y deleitarme en Sus brazos.
Mi lista de motivos
de agradecimiento es interminable, mientras pienso en ella, recuerdo lo que
decía Pablo en Filipenses 4:11-13 acerca de aprender a vivir en contentamiento
en toda situación, sea en escasez o abundancia, a dejar la queja a un lado y
agradecer porque la vida en sí, es un regalo muy grande. Como nos confronta
esto al pensar en las veces en que vivimos renegando, quejándonos de las
circunstancias, de la familia, de nuestro aspecto físico, en completa
indiferencia a la realidad de otros, que luchan a diario aferrándose a la vida
en una cama de hospital, niños anhelando tener una familia, ancianos esperando
la visita de sus hijos y nietos, gente sola esperando una muestra de amor.
Ahora bien, ¿qué
podemos esperar del futuro? Pues en tiempos como éstos es común que nuestra
humanidad nos lleve a pensar: ¿Qué será de nosotros cuando esta pandemia
termine? ¿Qué pasará con la economía de nuestro país y con nuestros trabajos?
¿Llegará este mes nuestro sueldo? Y a medida que nos sumergimos en estas y
otras preguntas, el estrés nos envuelve y perdemos nuestra paz, olvidando que
Dios es nuestro Proveedor.
Enfocándonos en el
futuro, nuestra esperanza es recordar lo que Jesús dijo a sus discípulos: “Por
tanto, os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué comeréis; ni por el cuerpo,
qué vestiréis. La vida es más que la comida, y el cuerpo que el vestido.” Mateo 6:22-23 (RVR1960). Esta
verdad de la palabra de Dios, trae hoy la esperanza gloriosa de saber que no
necesitamos afanarnos por lo que sucederá, una vez que culmine esta pandemia,
ni preocuparnos por el futuro, pues cada día tiene su afán y es suficiente.
Debemos también recordar con humildad que no conocemos con certeza si el día de
mañana estaremos en este mundo, ante lo cual, lo único que debemos hacer es
aprovechar viviendo cada minuto como si fuera el último y atesorando cada nueva
oportunidad que Dios nos da en cada despertar.
Estar estos días en
casa, sin poder salir, me ha permitido ver cosas que antes no veía. Desde la
terraza de mi casa, hoy puedo decir cuán bella es la creación de mi Señor,
porque frente a mí se despliega el firmamento, las montañas, la bella ciudad en
la que vivo y tantas otras cosas hermosas que antes no apreciaba por estar
enfocado en lo banal; en aquello que tantos días robó mi tiempo; ese precioso
recurso que vale mucho más que el oro, por ser un regalo de Dios.
Te animo entonces a
ti también a que salgas a tu balcón, terraza o ventana para ver y escuchar como
cantan los pajaritos, alabando y dando gloria a su Creador, porque no les falta
el alimento; a apreciar aquellas hermosas flores que crecen y adornan la
creación de Dios con tal belleza, que ni las vestiduras del rico Salomón se le
comparan. Y sobre todo, a recordar que, para el Creador, Tú eres mucho más
importante que esos pajaritos y esas flores, porque fuiste creado a Su imagen y
semejanza y Él sopló aliento de vida de Su boca, directamente en ti. ¿Qué te
depara el futuro entonces? ¡Lo único que necesitas saber es que Dios no te
abandonará! No lo olvides; solo aférrate a Él.
Recuerda el episodio
de Jesús en la casa de Marta y María. ¿Quieres ser como Marta, que estaba afanada
y turbada esforzándose por guardar las apariencias y “quedar bien con el
Maestro”? o ¿prefieres ser como María, que decidió por la mejor parte que
es estar a los pies del Maestro para escuchar Su tierna voz, disfrutar de Su
divina presencia, hallando esperanza y afirmación en Sus palabras?
Eclesiastés
1:2 dice: “Vanidad de vanidades, dijo el Predicador; vanidad de
vanidades, todo es vanidad”. Pensar que esto fue dicho por Salomón es
tan importante, puesto que la historia y la palabra de Dios nos enseña que no
hubo hombre alguno tan sabio, rico y poderoso como él; que experimentó todo
placer y deleite que tuvo a su alcance, y luego de todo eso, al final llegó a
entender y dejar plasmado en las memorias de la historia que todo,
absolutamente todo, es vano en esta vida. Hoy esa palabra se confirma, al ver
que el dinero no lo compra todo, ya que puedes tener cientos de miles de
dólares en tu cuenta, que nunca te servirán para comprar salud, una familia, el
verdadero amor de tus hijos, hermanos o familiares, una tarde de juegos junto a
tus seres queridos y mucho menos, un solo minuto más de vida.
Cuán doloroso sería si
todo terminara aquí, de esta forma. Sin embargo, Jesús vino a darle un
giro radical a esta banalidad, a darnos la oportunidad
para que nuestras vidas cobren sentido. Jesús dijo: “Cuando
el ladrón llega, se dedica a robar, matar y destruir. Yo he venido para que todos ustedes tengan vida, y para
que la vivan plenamente.” Juan
10:10 (TLA).
Él no nos promete
cualquier clase de vida vacía y banal, sino una vida abundante. No dejes pues,
que el ladrón siga robando tu paz, tu esperanza, tu familia, tus sueños, tu
tiempo, tus anhelos y, sobre todo, no permitas que el adversario destruya la
hermosa vida que Dios te ha regalado y los planes perfectos que tiene preparado
para ti. Es tiempo de volver a los brazos de tu Padre que te ama.
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