Amor sin condición
En la entrega anterior, les conté porqué este blog se llama “El manto del Maestro”. En esta ocasión quiero contarles sobre aquello que me motivó a crear este espacio.
Me permito compartir
con ustedes mi experiencia y como ésta se refleja en una hermosa historia
narrada en el Evangelio de Lucas, capítulo 7, versículos del 36-50. El pasaje
habla sobre un fariseo llamado Simón, quien invitó a comer al Maestro Jesús en
su casa. Parafraseando un poco el relato, la historia cuenta que una mujer, que
no tenía buena fama, se enteró que el Maestro estaba comiendo en la casa de
este fariseo y fue en busca de Él.
“La mujer entró y
se arrodilló detrás de Jesús, y tanto lloraba que sus lágrimas caían sobre
los pies de Jesús. Después le secó los pies con sus propios cabellos, se los
besó y les puso el perfume que llevaba”.
Lucas 7:38 (TLA)
La verdad es que el
versículo 38 refleja la condición en la que yo, al menos, tuve que llegar a los
pies del Maestro para tener un encuentro real con Él. Aquella mujer conocía
bien su condición de rechazo y reputación; puedo imaginarme su dolor. Pero la
Palabra de Dios enseña que Él no rechaza un corazón contrito y humillado.
Varios personajes bíblicos tuvieron el privilegio de estar humillados con el
corazón rendido a los pies de Jesús, como el caso de esta mujer. Y vemos en
todos esos casos la misma respuesta del Maestro: Una intervención divina de
amor, perdón, misericordia y restauración.
Esta es la primera
parte de la historia; ahora veámosla desde la óptica de Simón, el
fariseo.
“Al ver esto,
Simón pensó: Si de veras este hombre fuera profeta, sabría que lo está tocando
una mujer de mala fama”. Lucas 7:39 (TLA)
Este versículo me
lleva a pensar: ¿en qué condición estaba el corazón de aquel fariseo? Y, de
hecho, de ninguna manera intento juzgarlo, puesto que yo mismo he adoptado esa
posición en ocasiones, debido a un endurecido corazón. Es preciso examinar este
panorama a la luz de lo que nos revela 1 de Samuel 16:7b, en donde dice: “Pues DIOS ve no como el hombre ve, pues el
hombre mira la apariencia exterior, pero el SEÑOR mira el corazón”. Contrario
a la posición de Simón, Jesús no veía en esta mujer a alguien “de mala fama”,
sino a una criatura amada que, con un corazón contrito y humillado, acudió a buscar,
en completa rendición, humildad y arrepentimiento, el perdón y la misericordia
de Dios. Jesús, conociendo con precisión el pensamiento que había en Simón, el
fariseo, le habló con el siguiente ejemplo, que se encuentra en los versículos
del 41-43:
“Dos hombres le
debían dinero a alguien. Uno de ellos le debía quinientas monedas de plata, y
el otro sólo cincuenta. Como ninguno de los dos tenía con qué pagar, ese
hombre les perdonó a los dos la deuda. ¿Qué opinas tú? ¿Cuál de los dos estará
más agradecido con ese hombre?
Simón contestó:
El que le debía más.
¡Muy bien! —dijo
Jesús”.
Lucas 7:41-43 (TLA)
Este ejemplo también
me recuerda claramente la condición en la que alguna vez estuve. Te hago
entonces la misma pregunta que el Maestro le formuló a Simón: ¿Qué opinas
tú? ¿Cuál de los dos hombres de este ejemplo estará más agradecido? La
respuesta sin duda es evidente, y se encuentra en el versículo 47.
“Me ama mucho porque
sabe que sus muchos pecados ya están perdonados. En cambio, al que se le perdonan
pocos pecados, ama poco”. Lucas 7:47 (TLA)
Más agradecido estará
aquél al que más se le perdonó. Así como muchos de nosotros, aquella mujer
sabía todo cuanto había hecho, todos los errores que había cometido en su vida;
sabía que no era digna de estar delante del Maestro. Sin embargo, decidió venir
en busca de Su perdón, encontrándose con ese tierno y característico amor de
nuestro Señor Jesucristo.
“Después Jesús le
dijo a la mujer: Tus pecados están perdonados”. Lucas 8:48 (TLA)
Aquella mujer hizo
todo cuanto estuvo a su alcance y halló la gracia y misericordia del Salvador.
Es un hermoso pasaje,
aunque deja un sinsabor ver que, aun cuando Jesús perdonó a aquella mujer, los
fariseos todavía murmuraban. Sin embargo, no fue la religiosidad de los fariseos,
sino la fe de aquella mujer lo que la había salvado. Me encanta este pasaje,
porque veo en él un reflejo de mi condición pasada. Hubo un tiempo en que fui
como aquel fariseo, ya que juzgaba al resto cuando no actuaban conforme a lo
que yo pensaba que era correcto, dejando a un lado el Canon bíblico y
estableciendo el mío propio. Descalificaba a las personas, pensando que nada
bueno podría salir de algunas de ellas; pensaba que para algunos no habría
salvación, como si yo tuviera alguna inferencia en los designios de Dios. Es
triste para mí recordar esos momentos, en los cuales me convertí en un
religioso; en nada más que un oidor de la palabra y en un incapaz de aplicarla.
Jesús, por otro lado,
vino a predicar el amor a los pecadores, a los rechazados, a aquellos que la
gente considera que no tienen esperanza; a los condenados, a las prostitutas, a
los ladrones y sin duda a las personas que, como yo, somos difíciles de
amar. Por la gracia y misericordia de Dios,
tuve la oportunidad de tener un encuentro verdadero con Él. Tuve que sufrir y
cometer muchos errores, como aquella mujer, antes de venir y postrarme a los
pies de Jesús, a llorar inconsolablemente, pedir perdón por mis pecados y tener
ese encuentro con Su sublime gracia y eterna misericordia. Siempre hubo y habrá
gente como yo que piense que es imposible que personas así pueden cambiar, pero
Dios se encargó de enseñarme eso, a través de mi experiencia. Dios
con Sus manos llenas de amor, me tomó en Sus brazos y me permitió experimentar
esa hermosa y real relación junto a Él, conforme lo había anhelado hace mucho
tiempo. Dejé mi falsa religiosidad a un lado y ahora vivo en una relación
constante con Dios, viendo las maravillas y prodigios que Él ha hecho en mi
vida, en la de mi familia y en la gente cercana a mí, que busca de Él.
Dios
ciertamente me perdonó mucho y mi corazón se conmueve al recordar de donde Él
me sacó, pues Él tenía un propósito para mi vida. Él podía escoger a alguien
mejor o más digno que yo, pero Él es experto en hacer obras de arte hermosas a
partir de un montón de pedazos rotos. La semana pasada escuché una frase
inspiradora que decía que Dios es experto en el arte del reciclaje, pues hace
cosas maravillosas de lo que la gente considera basura. Solo Su amor
me levantó y ahora me permite ver muchas cosas a través de Sus ojos, sentir
misericordia por el rechazado, por la gente que no tiene ‘’esperanza’’, por los
pecadores, pues yo también fui uno de ellos y, por tanto, no soy, ni nunca
seré, nadie para juzgarlos. Dios me ha permitido levantarme para, de esa
manera, brindar el amor que yo experimenté y así ayudar a otros a sentirse
igualmente amados.
Esa
es la realidad detrás de quien escribe en este espacio. No soy más que un
siervo de Dios lleno de imperfecciones, que, por la gracia de Dios, se está
levantando maravillosamente y anhela ser útil al plantear reflexiones que
ayuden a otros a llegar a los brazos del Padre. Mi mensaje final es: nunca te
convenzas cuando alguien te diga que para ti no hay esperanza, que nada bueno puede
salir de ti. Tampoco tengas lástima de ti mismo diciendo “así nací y así
moriré”, pues está en ti la decisión de venir hoy a los pies del Maestro, a
rendir tu corazón ante Él. Si así tú lo quieres, y así se lo pides, ten la
certeza que Él está listo para perdonarte y empezar Su maravillosa labor de
reciclaje de todo tu pasado, en miras a convertir tu vida en esa obra de arte
hermosa. Cuando uno ha experimentado verdaderamente el amor de un Padre amoroso
como Dios, resulta imposible enmudecer las maravillas que hace en tu vida. Por
esta razón, quiero compartir esas buenas nuevas contigo. Termino compartiendo
contigo la frase de una canción que me gusta mucho, que es una realidad en mi
vida y si tú lo quieres, también lo puede ser en la tuya.
YO
SOLO SÉ, QUE YO SOY SU HIJO Y ÉL ES MI PADRE Y MI PADRE ME AMA.
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