Regresando a casa
Atravesamos un tiempo de encierro en nuestros hogares, a veces sin hallar qué hacer. Sintiéndonos a ratos presos en nuestro propio hogar; lo que me lleva a pensar cómo estando en casa podemos a veces percibir de tal manera el encierro, a pesar de tener una familia, alimento, comodidades y tantas actividades productivas que podrían merecer nuestro tiempo y nuestra dedicación.
Ahora pienso, ¿cómo
será la vida de una persona privada de su libertad? ¿Qué se sentirá permanecer
encerrado en una celda minúscula repleta de gente y tener, cada día, que
levantarte y luchar por sobrevivir? ¿Cómo será estar en ese lugar donde
evidentemente una muestra de amor no es muy usual? Saber que dispones apenas de
una pequeña ración de alimento, que muchas veces no llega. Despertar sin
alguien a tu lado que te apoye, que te pueda consolar en esos momentos
difíciles. Es una realidad triste y dura, que conmueve mi corazón al atravesar
mi mente.
Ahora que lo pienso,
sentirse así no es precisamente una realidad ajena a nosotros; a quienes
conocemos a Cristo, pero que hemos descuidado nuestra relación con Dios,
convirtiéndonos en personas que solamente cumplimos rituales religiosos. Esto
me recuerda un pasaje bíblico bastante conocido con el cual me identifico y
talvez tú también lo hagas:
En el Evangelio de
Lucas, capítulo 15, podemos visualizar tres parábolas hermosas las cuales han
marcado mi vida y caminar: La Oveja Perdida, La Moneda Perdida y El Hijo
Pródigo. ¿Cuántos de nosotros nos hemos sentido identificados con ellas en algún
punto de nuestra vida? Si bien, estas tres parábolas son igualmente dignas de
atención, quisiera hacer énfasis en la parábola de El Hijo Pródigo.
Parafraseando un
poco, el texto habla sobre un padre que tenía dos hijos. El menor decide
acercase a su padre y pedirle su herencia. El padre accede a su pedido, le
otorga la parte que le pertenece y el muchacho decide ir y malgastar todo lo
que recibió. Lamentablemente, poco tiempo después, la escasez y el hambre
llegaron al lugar donde él estaba, lo que le llevó a buscar un trabajo y
comenzó a cuidar a los cerdos de un ciudadano de aquella provincia, anhelando
alimentarse, aunque sea con la comida de aquellos animales, pero aún ese
alimento le era negado.
La parábola todavía
no termina, pero quisiera hacer un alto. Leer estos primeros seis versículos de
Lucas 15:11-16 realmente conmueve mi corazón. ¿Cuántos de nosotros hemos sido
como este hijo? Muchos hemos sido en algún momento de nuestras vidas cautivados
por los placeres que el mundo ofrece, apartando la mirada de Cristo para dar
rienda suelta a nuestros placeres y a malgastar nuestro tiempo, dinero, salud y
la vida en cosas sin sentido. Solemos decir “es mi vida, y yo la vivo como
quiero”.
Pero déjame
recordarte que esa vida no te pertenece; tú fuiste comprado y a un precio
inconmensurable, pues Jesús, aquel hombre perfecto y sin pecado, vino a pagar
el precio para que tú y yo tengamos vida y seamos libres de esa esclavitud. Es
cierto que Dios nos otorgó libre albedrío para tomar nuestras propias decisiones;
después de todo Él no es un Dios que impone sino, por el contrario, Él
nos da la libertad, la cual en ocasiones hemos tergiversado para vivir en
libertinaje, despreciando esa cruz en la cual se derramó sangre inocente por
nosotros.
Si en algún punto has
caminado por esta senda en tu vida, es posible que te hayas dado cuenta que no
genera nada más que un profundo vacío que nada, sino únicamente Dios, lo puede
llenar. Si has caminado alguna vez como ese joven, mendigando amor de personas
o cosas, quizá te habrás dado cuenta que en el ámbito material, aún si llegas a
alcanzarlo todo, terminas sintiendo que no tienes nada.
Continuando con la
historia, la siguiente escena es la que nos trae esperanza. Me encanta el
inicio del versículo 17, el cual dice: Y
volviendo en sí. El joven
recordó a dónde pertenecía y de dónde salió. El estaba a punto de embarcarse en
un viaje de reconquista de su identidad, pues es lo primero que el enemigo le
había quitado al convertirlo en un esclavo del pecado. Es entonces, el volver a
nuestra identidad, el primer paso que debemos tomar, reconociendo que no es
tarea fácil, porque supone la necesidad de hacernos preguntas como ¿Quién eres?
Son preguntas difíciles, pero vale la pena el tiempo que nos tomemos para
responderlas. Sin embargo, a veces las respuestas a las preguntas más
complejas, empiezan por reconocer las verdades más simples. A medida que
avancemos, iremos explorando esas verdades.
Permíteme
seguir desarrollando la historia. Aquel joven recordó que en su casa había
abundancia, así que tomó la decisión de levantarse, salir del lugar donde se
encontraba y fue donde su padre a pedir perdón, con la esperanza de que no lo
rechace y le otorgue una oportunidad de trabajar como uno de sus jornaleros;
Sin embargo, las cosas no se dieron como él esperaba. Dice el texto que cuando
el joven aún estaba lejos, el padre lo vio y movido a misericordia, corrió a
donde su hijo y se lanzó a su cuello para abrazarle y besarle. Me imagino lo
hermoso que debe haber sido ese momento y conmueve en gran manera mi corazón. Y
no conforme con eso, el padre mandó a traer los mejores vestidos, a matar el
becerro más gordo y a organizar una gran fiesta para el hijo que acababa de
volver. Luego, entre tanto alboroto llegó el hermano que muchas veces hemos
tildado de “bueno”, y escuchando música y danzas, preguntó que acontecía. Para
su sorpresa, le comentaron que su hermano, el “perdido”, había vuelto y su
padre había organizado esa fiesta para él, lo cual le causó mucho enojo y no
quería entrar.
Ante
esta actitud de su supuesto hijo “bueno”, nuevamente vemos a un padre amoroso
que sale en busca de él y al encontrarlo, este padre es confrontado por su hijo
con el argumento de que habiéndole servido y obedecido tantos años, nunca le ha
dado ni un cabrito, pero ahora que viene su hijo que ha malgastado sus bienes
con las rameras, le ha dado el becerro gordo para festejar su retorno. Me
imagino todos los pensamientos y sentimientos que pasaron por la cabeza y
corazón de este hijo, que lleno de envidia, acusa a su padre. Su corazón estaba
lleno de celos, lo cual le llevó a rechazar a su propio hermano.
Podemos
entonces ver como este hijo “bueno”, a la final también estaba perdido, pues si
bien servía y obedecía a su padre, no lo hacía por verdadero amor, sino por el
interés de obtener los bienes que le correspondían por heredad, en verdad, se
hace difícil decir cuál de ellos estaba más perdido. Y esta parábola revela
tanto de nuestra realidad, en donde vemos hijos perdidos como el “malo”,
viviendo conforme a sus placeres y a otros también perdidos como el “bueno”,
que estando dentro de la casa de Dios, no viven una relación íntima con el
Padre, juzgan al resto y se valen de cumplir religiosamente ritos, liturgias y
tareas para obtener retribución y reconocimiento personal.
Pero
déjame decirte que “…de tal
manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que TODO aquel
que en él cree, NO SE PIERDA, mas tenga vida eterna”. Juan 3:16 (RVR1960)
Cabe
indicar que NO importa si eres como el hijo que le dio la espalda al padre para
perderse en sus placeres, o si eres como ese hijo que está en la casa del
Padre, pero que ha perdido su enfoque y relación con Dios. Curiosamente, la
lección digna de aprender aquí, y que aplica en ambos casos, nos la enseña el hijo
“perdido”, que volviendo en sí, decidió levantarse de la inmundicia y miseria
en la que estaba, para volver a la casa del Padre. Si tú eres ese hijo que en
rebeldía se marchó despreciando la heredad de santidad y provisión de tu padre,
debes recordar hoy primeramente quien eres. La palabra de Dios enseña por sobre
todo que eres un Hijo de Dios, y eso te otorga derechos y cualidades como ser
amado, perdonado, coheredero con Cristo, justificado, apartado y LIBRE.
Esta
lista indicada, la cual podría seguir, solo nos revela la profundidad y
significado que tú tienes en el corazón de Dios. Por otro lado, si hoy te
identificas más con el hijo “bueno”, es tiempo de reconocer delante de Dios tu
actitud egoísta, que finalmente te ha llevado a lo mismo que el otro hijo, es
decir, a valerte de la religión para satisfacer tus propias pasiones y deseos,
sin tener en cuenta a quien sirves y pretendiendo ocultar tras una máscara de
santidad, el desprecio que hay en tu corazón por la casa de tu Padre, de la
misma forma en que lo hicieron los hijos del sacerdote Eli. (1 Samuel 2:29).
En
cualquiera de los dos casos, es preciso recordar que Dios está hoy frente a ti
con sus brazos abiertos, esperando que vuelvas en sí, reconozcas tu pecado y
pidas perdón, sin importar cuán grande sea. Por más grande que sea tu batalla,
tu adicción o tu pecado, Dios no se escandaliza por ello. Él te conoce tal cual
eres y así, Él te ama y está presto a perdonarte si tú confiesas tus faltas
delante de Él.
NO
permitas que el pecado gobierne tu vida y te mantenga esclavo; no permitas que
te prive de esa libertad que el Padre vino a darte. Jesús nos enseñó y demostró
que vino para que tengas vida y no cualquier vida, sino una vida abundante.
Dios es ese Padre amoroso que es movido a misericordia y que al verte volver,
te abrazará, se lanzará a tu cuello y te besará. ¿Sabes por qué?
“…porque éste, tu hermano, era muerto, y
ha revivido; se había perdido, y es hallado.”
Lucas 15:32 (RVR1960)
Guardé
el último versículo de la parábola hasta el final, para recordarnos que Jesús
vino a la tierra por los enfermos como tú y como yo. Vino a sanar nuestros
enfermos corazones, a restaurar nuestras vidas, familias y relaciones. En la
Biblia puedes observar que en todos sus libros, vemos a un pueblo de Dios con
defectos, como los tuyos y los míos; un pueblo lleno de dudas, errores,
derrotas, tristezas y alegrías, seres humanos que no son perfectos, pero que
reconocen su necesidad de Dios y que terminan entendiendo que Él es ese Padre
que siempre está presto a escuchar y ser movido a misericordia para salvar a Su
pueblo; para salvarte a TI, hombre y mujer valiente.
Te
animo a que te arrepientas de tu mal camino, si te has apartado y dado rienda
suelta a tus placeres o si has sustituido tu intimidad con Él con vana religión.
Dios quiere perdonarte y salir a tu encuentro. Quiere tener una fiesta contigo
para celebrar que decidiste arrepentirte y volver; para gozarse
viendo a su hijo amado que se había perdido,
nuevamente en casa en los brazos y bajo el cuidado de su Padre.
Una
vez escuché una frase muy impactante de un predicador que decía: ES TRISTE SER ESE
HIJO QUE ESTÁ LEJOS DE LA CASA DEL PADRE Y SE ENCUENTRA PERDIDO, PERO, ES MÁS
DOLOROSO QUE ESTANDO EN LA CASA DEL PADRE, ESTÉS PERDIDO.
Si hoy deseas tomar
esa decisión valiente de recordar que eres Hijo de Dios y que Dios es tu Padre,
te animo a que donde te encuentres, hagas esta oración: Señor Jesús, reconozco
que he fallado contra Ti, que me he apartado. Te pido perdón por mis pecados y
que me des la fortaleza para apartarme de ellos. Hoy quiero volver a sentir Tu
abrazo y Tu amor. Te pido que entres verdaderamente a morar en mí y seas el
Señor de mi vida. Reconozco una vez más que Tú eres mi Salvador, por tu
sacrificio en la cruz y tu resurrección. Quiero volver al lugar donde
pertenezco, a la casa y a los brazos de mi Padre que me ama, me amó y siempre
me amará. Te pido todo esto en el nombre de Cristo Jesús. Amén.
Si has tomado esta
valiente decisión, déjame decirte que hay fiesta en el cielo. Recibe el perdón
de Dios y perdónate a ti mismo. Y no permitas que el enemigo te acuse, pues
para los que están en Cristo Jesús, no hay condenación. Eres LIBRE en
Cristo Jesús, no lo olvides.
Excelente reflexión me hizo reconocer los errores en los cuales caemos..gloria a Dios por este blog bendiciones
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