Cuando el corazón pierde su color


Amanece en mi ciudad. Es un día frío y al mirar al cielo puedo observar una capa de nubes grises que cubren el horizonte. Para muchos, esto sonará como el inicio de un cuadro tétrico que evoca nostalgia. A mí me recuerda algo que quizá hoy valga la pena compartir, porque podría ayudarte si no te encuentras con el mejor ánimo.

Ciertamente, en determinados momentos de nuestras vidas, vamos a experimentar esa suerte de invierno espiritual. Es esa temporada en la que los días solo pintan escalas de gris que nos llenan de tristeza. Donde el frío desolador se apodera del alma y nos sentimos en un total abandono, hasta de Dios, mientras observamos en medio de un mar de nostalgia, que nada florece. De hecho, pueden ser tiempos en los que ni siquiera el calor de la Palabra trae abrigo y consolación.

El invierno es una estación, y, por tanto, a la luz del orden natural de la creación de Dios, es inevitable; pero, partiendo del concepto de que es parte del diseño perfecto de Dios, es una estación tan importante como el verano o la primavera. Cada estación tiene su propósito y por tanto es necesaria. De la misma manera, vemos cómo nuestras vidas, durante los tiempos de verano, están llenas de alegría, luz y color. Pero, debemos ser lo suficientemente conscientes de que las demás estaciones también llegarán, y ciertamente ese gris ‘‘invierno’’, que a veces puede extenderse más tiempo del que quisiéramos, no será una excepción. Resulta muy importante recordar que, si ese invierno extendido llega a nuestras vidas, es porque muy probablemente lo necesitamos. También, que el invierno nunca llega de manera inmediata después del verano, pues el otoño es esa estación intermedia que también debe llegar. Después de un tiempo lleno de luz y plenitud, empezamos a ver cómo los días grises llegan y cómo las ramas de los árboles, aparentemente sin vida, terminan despojadas de sus hojas. Pero al pensar en la creación de Dios, y en Su diseño perfecto, siempre podremos encontrar respuestas que nos ayudan a entender los propósitos de Dios. Resulta que detrás de todo este fenómeno que experimentan los árboles, lo que está sucediendo es que, si bien quedan aparentemente desnudos y desprovistos, en realidad toda la savia y nutrientes, van hacia sus raíces porque eso es lo que necesitan para poder sortear y salir victoriosos y preparados después del tiempo inclemente de invierno.

La analogía que representan las estaciones con respecto a las épocas que pasamos en nuestra vida, ciertamente es formidable, puesto que nosotros también podemos experimentar cuatro estaciones espirituales. Pasaremos por una primavera en la que las plantas empiezan a brotar hojas nuevas y flores, y de nuestra vida, nuevos hitos de crecimiento espiritual; después vendrá el verano, que traerá consigo un sol radiante que nos abriga y envuelve de la misma forma en que lo hace la reconfortante Palabra de Dios y Sus promesas; pero el otoño, esa estación en donde todo parece derrumbarse y nos sentimos solos y tristes, también llegará. En relación a esta última estación, por la que nadie de nosotros quisiera pasar, es preciso recordar que Dios, deliberadamente va a permitir que el otoño sea parte de nuestra vida, para que la verdad de Su palabra y Sus enseñanzas, trasciendan del plano de la retórica y la mera inspiración, a convertirse en carne en nuestros corazones. Él necesita que eso suceda para enseñarnos a estar firmes y permanecer fieles a Su lado. Ciertamente, el otoño espiritual será el tiempo que Dios usará para lograr este cometido. De otra manera, ¿cómo podríamos aprender a confiar realmente en Dios si en nuestra vida estamos en una comodidad veraniega que luego puede convertirse en un estancamiento? EL otoño nos dará la oportunidad de vivir aquellas palabras llenas de garantías que fervientemente leíamos y nos inspiraban en el tiempo de verano. Nos dará la oportunidad de experimentar el poder de las mismas, porque será lo único que nos sostenga en medio de todas las vicisitudes que agobian en los tiempos difíciles.

Otra verdad que se desprende de esta analogía de las estaciones, es que, aunque parece que a veces el otoño o peor aún el invierno que estamos atravesando se va a extender por siempre, lo cierto es que pasará, y mejores tiempos llegarán, pero sobre todo debemos entender que es necesario superar cada estación pacientemente y sacando lo mejor. De la misma forma en que es hermoso un día soleado de verano, en el que puedes ver toda la naturaleza en su esplendor, cubierta de un cielo despejado, la escala de grises que pinta el firmamento en el tiempo de invierno, puede también ser ese tiempo en el que puedes realmente encontrar el confort del recogimiento, abrigo y refugio en Dios, Su palabra y promesas, y experimentar el fortalecimiento real que esto traerá a tu vida.
La palabra de Dios nos revela cómo podemos entonces enfrentar esos tiempos difíciles. En Deuteronomio veremos cómo el pueblo de Dios, en más de una ocasión experimentó estos temporales:

“…Hemos pecado contra el Señor. Pero iremos y pelearemos, como el Señor nuestro Dios nos lo ha ordenado”. Deuteronomio 1:41 (NVI)

Resulta que, en muchas ocasiones, nuestras buenas intenciones nos llevan a querer “ayudar” a Dios. Pensamos que somos tan inteligentes y capaces, que podemos direccionar nuestra vida de mejor manera que nuestro Creador, para al final solamente darnos cuenta de la falacia que esto representa y tener que experimentar el sufrimiento a causa de las consecuencias de nuestra inconveniente intervención. Esa es una verdad que el pueblo de Dios experimentó una y otra vez, y todas las historias de La Biblia tienen ese punto en común. ¿Qué aprender entonces de esto? Básicamente que debemos dejar de luchar en nuestras propias fuerzas. Recordemos que es Dios, nuestro creador y el dueño de todo, quien tiene control de nuestra existencia, anhelos y sueños. Él tiene un propósito que cumplirá en cada uno de nosotros. Por eso debemos permitir que Él obre sin que nuestra voluntad se interponga en sus designios.

Pero el Señor me dijo: “Diles que no suban ni peleen, porque yo no estaré con ellos. Si insisten, los derrotarán sus enemigos”. Deuteronomio 1:42 (NVI)

Dios te dice hoy: “Entrégame tus cargas y encomienda tu camino a mí, que yo me encargo de ti”. Y lo mismo lo repite una y otra vez; pero tantas veces, no queremos obedecer ni sujetarnos a Su voluntad, y el resultado de ello es que nos va mal. Nuestras frustraciones nos destruyen y nos pueden conducir a una peligrosa senda en la que el fracaso y la derrota son los pensamientos que nos dominan. La buena noticia es que Dios siempre es grande en misericordia y quiere recordarte hoy lo siguiente:

Pues Jehová tu Dios te ha bendecido en toda obra de tus manos; Él sabe que andas por este gran desierto; estos cuarenta años Jehová tu Dios ha estado contigo, y nada te ha faltado. Deuteronomio 2:7 (RVR1960)

Así como Dios guardó a Su pueblo, suplió todas sus necesidades y nunca permitió que les falte ni una de ellas, en estas temporadas grises que pueden extenderse por varios días, meses o incluso años, debes recordar que Dios te está dando esa oportunidad de vivir todo lo aprendido y en base a ello, no flaquear en la adversidad. Es necesario e inevitable pasar por cada estación, porque cada una de ellas tiene un propósito, y Dios nos ha dado todo lo necesario para ver con los ojos correctos cada temporada para sacar lo mejor, porque ciertamente, en cada estación, siempre hay algo bueno. Debes recordar que no debes, en “tus fuerzas”, pretender ayudar a Dios; al contrario, debes entregarle a Él todas tus cargas, tus anhelos, preocupaciones, dudas y de esta manera contemplarás deleitado como Su Poder y Gloria te maravillan, mientras te recuerdan que no eres tú el que pelea sino el Dios de los ejércitos, aquel que va de tu mano. Él te cuida porque te ama y siempre suplirá tus necesidades.

Así que sácale lo mejor a cada estación y en los tiempos duros, sin desesperar, pídele a Dios que te de Sus ojos para ver la belleza y propósito aún en medio de la adversidad.

Gloria sea a Dios



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